Su esposo fue el primero en ver el humo.
Alejandra Hernández Ezquivel estaba en su casa en la comunidad de Santa María Chimalhuacán donde viven 500 personas, al este de México, cuando su marido entró corriendo. El vertedero de los alrededores, el que había aparecido un día de la nada años antes, sin que la comunidad tuviera oportunidad de protestar, estaba incendiándose.
“Era como un monstruo, enorme”, dijo a través de un traductor, recordando el incendio que comenzó el 29 de mayo de 2022. El fuego estaba fuera de control para cuando llegaron los bomberos a la comunidad rural, ubicada en el municipio de Chimalhuacán, a una hora de la Ciudad de México. Ni siquiera los tanques de agua transportables que habían traído pudieron apagarlo por completo.
Ezquivel corrió casa por casa, avisando a los vecinos para que cerraran las ventanas y desconectaran los tanques de gas. Pero el humo era tan tóxico que muchos tuvieron que evacuar a un refugio gestionado por el gobierno.
En las semanas siguientes, Ezquivel y otros miembros de la comunidad patrullaron las calles por la noche, tratando de mantener a raya a los ladrones oportunistas. En una ocasión, un ladrón entró corriendo a su casa, tratando de convencerla que necesitaba evacuar inmediatamente. Pero ella no se dejó engañar.
Y mientras tanto atendía a los pacientes, complementando los servicios prestados por el gobierno atendiendo a las personas afectadas por los humos tóxicos del incendio. Sus pacientes con diabetes e hipertensión presentaban complicaciones. Había personas con problemas gastrointestinales, respiratorios y oculares debido al incendio. La propia Ezquivel presentaba irritación ocular y problemas respiratorios.
Según Ezquivel, el fuego sigue ardiendo en el vertedero dos años después, a demasiada profundidad en una montaña de desechos como para poder alcanzarlo o extinguirlo eficazmente. Pero la dedicación de la enfermera a su comunidad ha sido reconocida con un centro de cuidados primarios a tiempo completo, financiado por la ONG Fundación Escala y atendido por un doctor y terapeutas comprometidos… y la propia Ezquivel.
Integrados desde el principio
Cuando Ezquivel y su esposo llegaron por primera vez en 2008 a lo que hoy es Santa María Chimalhuacán, sólo había campos de maíz.
Cansados de alquilar, decidieron construir una casa y vendieron su camioneta para comprar un terreno en esta zona deshabitada del municipio de Chimalhuacán. Las casas empezaron a construirse a su alrededor. En la actualidad, unas 500 personas viven en esta comunidad formalmente reconocida. La mayoría viaja a Ciudad de México, donde trabajan en la construcción. Unos pocos se ganan la vida en la localidad, trabajando en la agricultura o en la clasificación de residuos.
El reconocimiento oficial del gobierno fue llegando lentamente. La comunidad sólo obtuvo acceso a la electricidad hace cinco años y dos años después al agua corriente. Sin embargo, en la actualidad no hay alcantarillado municipal. Por el contrario, la mayoría de la gente tiene fosas sépticas.
Desde el principio los vecinos supieron que Ezquivel era enfermera. La clínica más cercana estaba a más de una hora de distancia, por lo que a menudo se encontraba vacunando y tratando heridas en su casa, atendiendo tanto a los miembros de la comunidad como a los vecinos de la comunidad de al lado, La Escalerilla. ONG mexicanas, como la Fundación Escala y Medical Impact, trabajaron junto a ella para implementar campañas de salud locales y proporcionar cuidados médicos.
Pero hace aproximadamente una década, unos trabajadores empezaron a cavar un enorme hoyo en las cercanías de Santa María Chimalhuacán, y rápidamente lo llenaron de basura. Ezquivel y sus vecinos ni siquiera pudieron averiguar quién era el responsable: los dos municipios locales se culparon entre sí.
Y entonces se incendió.
Un centro de cuidados primarios desde cero
La Fundación Escala, que trabajó junto a Ezquivel para responder a las necesidades médicas en las semanas posteriores al incendio, se dio cuenta de lo indispensable que era la enfermera para su comunidad, y de que su necesidad de servicios de salud estaba creciendo.
La ONG respondió reuniendo los fondos para desarrollar un centro local de cuidados primarios en la localidad cercana de La Escalerilla, consiguió medicamentos y equipos, y contrató al Dr. Carlos Sánchez, con quien Ezquivel trabaja muy de cerca. Una iglesia local les proporcionó el espacio físico.
En la actualidad, el centro se conoce como Consultorio Médico Escala. Allí se hace “un poco de todo”, dice Ezquivel. Se ofrece atención prenatal, tratamiento de enfermedades crónicas, alivio contra el dolor, vacunas, terapia para problemas de salud mental y mucho más. Para los pacientes de bajos recursos y aquellos con discapacidades físicas, las consultas a domicilio son una opción.
“Cualquier cosa que necesiten los pacientes, eso es lo que les ofrecemos”, explicó Ezquivel.
Ella tiene esperanzas y planes para el centro. En particular, espera poder expandirse hacia una atención especializada como la ginecología, para que sus pacientes tengan cerca los servicios que necesitan.
El trabajo no siempre es fácil, pero Ezquivel ama ver a los pacientes irse con una sonrisa después de haberla visto a ella o al Dr. Sánchez. Ellos son “la razón por la que sigo adelante”.
Buena parte de la dedicación de Ezquivel, desde patrullar las calles de Santa María Chimalhuacán hasta ofrecer cuidados a los heridos en su casa, parece ir más allá del llamado del deber. Pero para ella, todo es parte de su trabajo diario.
“Desde el momento en que decidí convertirme en enfermera, sabía que mi pasión era ayudar a la gente”, dijo.
A través de la Fundación Escala, Direct Relief ha proporcionado más de USD 44,000 en medicamentos y suministros al Consultorio Médico Escala.